viernes, 22 de julio de 2022

Alejandro, un niño especial

 

Alejandro fue un bebé que nació fuerte y sano. Se alegraron mucho de su nacimiento sus papás y sus hermanos mayores. A los dos años, cuando iba al parque de su barrio, casi no tenía iniciativa ni ganas para relacionarse con niños de su edad. Su mamá le animaba a jugar con ellos, pero los demás le veían algo torpe. Muchas veces cogía rabietas cuando le cambiaban sus horarios y sus rutinas porque no entendía por qué las cosas pueden ocurrir de diferente manera.

Alejandro empezó al colegio con cuatro años. Aprendió a leer con mucha facilidad, aunque no le gustaba contar cuadritos. Se llevaba bien con algunos compañeros simpáticos por naturaleza. En el recreo probó a jugar al fútbol, y unas veces le colocaban como portero y otras en el banquillo. Alejandro no encontró interés en esto, y prefería el aislamiento.

Durante las vacaciones en la playa solía inventar juegos peculiares, como la construcción de canales de arena por los que circulaba agua, y así Alejandro sentía felicidad a su manera. Algunos niños le ayudaban como obreros, pero Alejandro era intransigente con los demás y pocas veces les gustaba relacionarse con él.

Cuando tenía seis años empezó a distraerse en la escuela porque la materia de clase le parecía sencilla. La primera persona con quien sufrió verdadera incomprensión a su diversidad fue con su profesora, que le ridiculizó en público. Herido en su dignidad, Alejandro le propinó una contestación en defensa de sus derechos, con lo que le percibieron como problemático en potencia. Tras esto, ella intentó convencer a los padres para que le cambiaran de colegio a mitad de curso, pero ellos habían apreciado la sensibilidad y resistencia al cambio de Alejandro y no les pareció una buena idea. La posterior insistencia del centro en sus argumentos manipuladores hacia que quizá tuvieran que terminar expulsándolo motivó la denuncia a un inspector, que no apreció que el comportamiento de Alejandro tuviera que estar fuera de las funciones de un profesional educativo.

Con ocho años nuestro protagonista se aficionó a los dinosaurios, de los que había oído hablar en un programa de televisión para niños. Conocía todas las especies, con su alimentación preferida, hábitat y periodos geológicos en que vivieron. Incapaz de identificar las emociones, siempre hablaba de todo ello y no notaba que los demás se aburrían con él, le percibían como raro y le dejaban en soledad.

Hubo momentos en que pensó que entre sus amigos se encontraba la tendera de debajo de casa porque le sonreía cuando compraba el pan cada día. Con los pocos amigos que tenía compartía su afición a los juegos de la videoconsola. Hubo un chico de su colegio con el que entabló durante dos años lo que él consideró una buena amistad, pero Alejandro descubrió al final que le usó como pretexto para acercarse a su hermana, que le rechazó. Otro de ellos dejó de tratarse con él después de que Alejandro discutiera con el padre de este amigo, animándole a abandonar el tabaco, de cuyas consecuencias estaba informado por un libro que había encontrado en la biblioteca de su barrio. Rara vez le invitaron a un cumpleaños, e incluso muchos le dejaron plantado cuando él celebró el suyo una vez.

Su aislamiento le produjo indefensión hacia los matones del colegio, que le amenazaban a diario si no le entregaban el bocadillo que debía tomar en el recreo, y que luego vendían. Durante la adolescencia, su ingenuidad y desconocimiento de las reglas sociales, que el resto de compañeros había aprendido por pura intuición, le hacían un blanco perfecto para las burlas. Alejandro se daba cuenta tarde de estas intenciones y, por eso, desarrolló un sistema defensivo, que también le aisló de personas propicias. Frecuentemente no adivinaba las intenciones de provocación de los acosadores, que terminaban pegándole.

Nunca sufrió grandes problemas educativos y fue aprobando sus asignaturas en los diferentes niveles gracias al apoyo de muchos grandes profesionales. Su orientación personal, de manera intuitiva, siempre se dirigió a ramas minoritarias, entre las que resulta más sencilla la atención personalizada al alumno.

Cuando empezó el instituto la brecha social existente entre el resto de los compañeros y él se hizo evidente. Admitía a regañadientes realizar trabajos en grupo, en los que solía tener que juntarse con repetidores sin intenciones de colaborar, aunque Alejandro lo prefería para poder así orientar la labor a su manera, sin discutir los diversos puntos de vista de la realidad. Pensaban que no se relacionaba con nadie porque él no quería, aunque él no encontraba la forma de encajar con el resto por su poca habilidad para los deportes y sus conversaciones cargantes, y se pasaba tardes enteras en la biblioteca investigando los diferentes temas que periódicamente iban apasionándole. Algún compañero comprensivo le propuso el reto de “ser normal” durante solo una semana; pero otro apreció lo que Alejandro parece de un modo emocionalmente inteligente y vio lo que es, describiéndole como una persona excéntrica con buenas intenciones.

Hubo compañeras sensibles y comprensivas con las que creyó sentir amor, sin conocer los diversos pasos de las relaciones sentimentales. Cuando vio alguna película romántica comprendió que se trataba de algo distinto, que más bien se trataba de cariño o empatía.

De adulto consiguió trabajos de baja cualificación. Muchas personas le transmitían que esas empresas estaban por debajo de sus posibilidades, pero el esfuerzo continuado necesario para ocupar empleos acordes con su alta formación o ascender de categoría le hacían sentir un “techo de cristal”. Siempre entendió que debía ejercer en sí mismo y en los demás una aplicación rigurosa de las normas que le habían enseñado en la teoría, pero muchos compañeros no lo comprendían y sufrió vacío y acoso laboral. Sus peculiaridades pronto le hacían que sus superiores simplemente le apreciaran como a cualquiera, y no las comprendían aunque estuviera dispuesto a prolongar su jornada con tal de terminar su labor.

Alejandro se apuntó a cursos de su gusto para mayores en los que le gustaba tratar con personas mayores que él. Sus opiniones solían romper el hilo del debate que se planteaba en la clase, pero la comprensión de los compañeros le facilitaba las cosas. Le apreciaban como una enciclopedia a la que consultar datos, y alguno apreció su tono de voz como igual al del GPS.

Su sempiterna soledad se agudizó por la muerte de su abuelo, al que estaba muy unido. Acudió a un psicólogo para que le ayudara a superar el duelo. Este apreció signos evidentes de depresión, y también algún otro problema, para el que le derivó a un especialista. Este profesional apreció en Alejandro características de una patología de la que le habían hablado en un reciente seminario de actualización: el síndrome de Asperger. Le explicaron que éste era un trastorno generalizado del desarrollo con alto funcionamiento. Estaba relacionado con el autismo, una palabra con la que se asustó su entorno, más cuando le habían medido años atrás un coeficiente intelectual cercano a la superdotación intelectual.

Le aconsejaron que conociese una asociación dedicada al apoyo de personas con esta dificultad. Allí participó en talleres en que aprendió de una forma cuasi reglada la asertividad y las formas de tratar a los demás con efectividad. También le brindó la posibilidad de tratar con personas con sus mismas dificultades, y aprender de ellos. Gracias a estos compañeros encontró un ambiente propicio para hablar de los temas de su gusto, con los que siempre le habían rechazado más o menos explícitamente en otro tipo de círculos.

Gracias a todas estas ayudas Alejandro se conoció mejor a sí mismo y se aceptó como es. Se sintió preparado para ser, y con las herramientas necesarias para superarse día a día. Se reconoció como un hombre especial, fuera de los parámetros típicos, pero de provecho.


                                                       JUAN-PABLO FRÍAS LASHERAS

martes, 12 de julio de 2022

La Vida de Jaime


 

Jaime era un niño de 6 años que vivía en Zaragoza con sus padres y su hermano Alejandro en un entorno lleno de alegría y felicidad, hasta que un buen día sus padres tuvieron una entrevista con su tutora del colegio, que les dijo que le llevaran al psicólogo ya que no interactuaba bien con los compañeros de su clase.

Entonces, los padres buscaron un buen psicólogo y el psicólogo le hizo un diagnóstico a Jaime durante la consulta. A los 15 días, los padres de Jaime recogieron el informe y se dieron cuenta de que Jaime tenía el Síndrome de Asperger y, desde entonces, le ofrecieron todo su cariño y su apoyo para que pudiera seguir adelante y decidieron llevarle a terapia individual para que tuviera técnicas de relaciones sociales.

A la edad de 11 años, Jaime sigue con su grupo de amigos del colegio, a pesar de tener lo que tiene. Pero al llegar a primero de Secundaria, sus amigos se convierten en sus verdugos, debido a que Jaime sacaba mejores notas que ellos y le empiezan a acosar. Frente a esto, Jaime cuenta el acoso a sus padres y éstos acuden a la dirección del colegio. Pero no consiguen que sus compañeros sean sancionados, por lo que deciden cambiar a Jaime y a su hermano de colegio.

En el nuevo colegio Jaime hace nuevos amigos. Un día, en el colegio dan una charla sobre la diversidad. Tanto él como sus compañeros se dan cuenta de que tienen que respetar a los demás. Jaime sufre una temporada de soledad y aislamiento, por lo que decide contarle a sus amigos y compañeros que sufre el Síndrome de Asperger y logra que sus amigos y compañeros le entiendan mejor.

Al empezar primero de Bachillerato, no sabe qué escoger. Lo consulta con sus padres y le recomiendan hacer ciencias sociales, debido a su buenísima memoria para recordar fechas y datos importantes. Todo transcurre bien hasta que dan las notas de selectividad porque acaba despidiéndose de muchos compañeros y algunos amigos que tenía, debido a que van a estudiar diferentes carreras. Al final, decide estudiar Derecho, ya que le gusta el Derecho en general y especialmente el deportivo, ya que le encantan los deportes y especialmente el fútbol. Durante la carrera, le surge una relación de amor con una chica llamada Susana, le explica cómo es y consigue que le entienda.

Una vez terminada la carrera, tiene unos derechos especiales para encontrar trabajo debido a la discapacidad. Decide trabajar en un bufete de abogados donde se trata el Derecho Deportivo. Pero, para eso, hace un máster de un año y obtiene una buena nota.

Con la buena nota del máster y la entrevista consigue que le contraten y obtiene su primer trabajo. Gracias a la ayuda y apoyo de sus padres, fundamentalmente, ha conseguido llegar donde está ahora y también al apoyo de su hermano y de su novia.



MARTA-THEODORA PEROMINGO RODRIGO

Alejandro, un niño especial

  Alejandro fue un bebé que nació fuerte y sano. Se alegraron mucho de su nacimiento sus papás y sus hermanos mayores. A los dos años, c...